Se suele decir que toda historia tiene un final, e incluso la novela “La historia interminable” fue paradójicamente escrita por un alemán apellidado Ende. Parece que por fin el proceso de venta del València C.F. llega a su conclusión, vendiendo las acciones la Fundació a Peter Lim, tras el beneplácito recibido de parte del principal acreedor al llegar a un acuerdo para refinanciar la deuda, a falta del visto bueno del Patronato de Fundaciones y del CSD.
Un proceso en el que todas las partes –o casi todas- salen ganando. Bankia se asegura cobrar el crédito íntegramente; la Generalitat se deshace por fin del muerto que suponía el aval otorgado, rompe todo vínculo con el club y verá reembolsados los 4,8 millones que a través del IVF pagaron en su día; Salvo se mantiene en la poltrona de presidente; Lim adquiere el club prácticamente a coste cero ya que lo que paga ahora lo acabará cobrando en un futuro, de una u otra forma; la Fundació deja de ejercer como propietaria del club y a partir de ahora se dedicará a desempeñar exclusivamente sus funciones originales y que jamás debieron verse modificadas.
Pero ¿en qué situación queda el VCF? Sin capacidad para aumentar sus ingresos de forma significativa hasta que acabe la construcción del nuevo estadio, se encuentre comprador para los terrenos de Mestalla o lleguen nuevos patrocinadores –la camiseta luce ahora en el frontal un espacio en blanco- debe afrontar no sólo los pagos a Bankia por su préstamo, sino que debe devolver en cuatro años a Peter Lim los millones que éste inyecta ahora. Debe también reactivar la construcción del campo de fútbol de la Avinguda Corts Valencianes, que debe estar finalizado el año 2019, para el centenario del club. Debe gastarse el próximo verano 28 millones en la obligatoria adquisición de Negredo, además de la cantidad que deberán desembolsar para adquirir los derechos de los jugadores que ahora fungen en el València en calidad de cedidos por Meriton y las compras de otros jugadores que se crean convenientes. Además deberá afrontar, antes o después, la construcción de una nueva ciudad deportiva en Riba-roja, ya que aunque el Tribunal Supremo tumbe el PAI que está ahora aprobado parece que hay un acuerdo entre el club, las entidades financieras y el Ayuntamiento de la localidad para la ejecución de un nuevo proyecto. Por último –creo- aún debe compensar al Ayuntamiento de València con propiedades y dinero por la permuta de terrenos. Y Peter Lim no va a pagar todo esto de su bolsillo, así que ya me dirán ustedes cómo va a funcionar el VCF.
Tenemos además el peculiar entorno del València, por el que todavía pululan algunos periodistas que demostrando su falta de profesionalidad y de ética siguen ejerciendo de facto como portavoces del grupúsculo ahora opositor y tantos años director que actualmente encabezan Llorente y Albelda, quienes no cejarán en su empeño de desacreditar a los actuales dirigentes en un absurdo intento por justificar su finiquitado y calamitoso mandato. Y siempre está presente la amenaza que supone la ciclotímica afición valencianista, ahora entusiasmada con el equipo, pero que en cualquier momento en que se encaden tres malos resultados puede entonar sus célebres cánticos y pedir dimisiones y hecatombes. Y no subestimen su poder: ya esta afición ha demostrado que es capaz de tumbar hasta presidentes que creían que con su mayoría accionarial eran los dueños del club. ¿Qué puede pasar cuando la relación entre Lim y la afición se deteriore? El empresario singapurense puede en cualquier momento cansarse de su juguete. Y su plan conjunto con Mendes de divertirse usando a los jugadores como mercancía con los fondos de inversión metiéndolos y sacándolos de clubes a su antojo se ha ido al garete por la nueva normativa de las instancias futbolísticas mundiales que pretende limitar, si no prohibir, este tipo de operaciones.
Seguimos como siempre: incertidumbre social e incapacidad económica. La situación del València es como una rueda. Esta novela no la termina ni Michael Ende.
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