martes, 12 de junio de 2018

Fragmentos de "Lo demás es silencio", de Gabriel Celaya

Tal sin fondo es absurdo; tal júbilo, locura.
Debe haber otro mundo que pueda llamar mío
donde etcéteras mansos no se anulen cunando:
       Todo es uno y lo mismo.
Debe haber otro mundo, presiento o bien exijo.
Y por hombre doy gritos tremendos y sencillos,
gritos irremediables que levantan los muertos,
        tienen casi sentido.
Contra viento y marea, contra las mismas Madres
ambiguas y terribles como monstruos sagrados,
promuevo el fuego frío de mi mental nativo,
         mi ser, mi desafío.
Tal se juega este tipo -tú, cualquiera, yo mismo-
que muerde su sal seca sabiendo que le duele
y arranca de su entraña su más bruta exigencia,
         poniéndose en un grito,
                ¡ay!
Lo que saben los hombres, lo que sufren a solas
buscándose las vueltas conscientes y atrevidos,
quemándose y creciendo más allá de sí mismos,
          nos da un nuevo sentido.

--

En un lugar y un momento
que tu yo llama conciencia,
vives y dices llamarte
Gabriel Celaya Leceta.
Mas cuando cantas te creces
y hablas de tú a las estrellas,
imitándote a ti mismo
hasta forjar tu leyenda.
Comediante trascendido,
representando, te creas.
Ni verdadero ni falso,
eres tan sólo un poeta
que si vive de mentiras,
también siente lo que inventa.
No sé por dónde cogerte,
Gabriel Celaya Leceta,
que en lo total no eres nada
y en mí, entrañable, un cualquiera.
Poco entiendo de tu oficio
mas mucho de tu miseria.
Poco valoro estos versos
que tan alto cacareas,
pues aunque sientes, no sufres
en tu carne mi tiniebla.
No eres nadie, no eres nada,
salvo un espejo de ausencias,
mas cuando cantas, te cantas
a ti mismo con soberbia
y utilizas, como plinto
de tu nombre, mi miseria.

--

Acepto por sincera tu anarquía
tremenda pero al fin sólo burguesa
mas me espanta advertir cómo eso anima
       tu afán de trascendencia.

Pones nombres solemnes, te autoexcitas
si en los choques obtusos, en las penas
vulgares te descubres cada día
       un alma descontenta.

Mas es cerca, más cerca, en esta orilla
que dibuja una humana luz que tiembla
donde cálculos, planes, leyes, cifras
        dan forma a la conciencia.

--

He visto a la muchacha temblorosa de lluvia
y he visto al campesino de fibra retorcida.
He visto al escribiente —¡tan triste aunque él lo ignore!—
y he visto al viejo loco que les habla a sus muertos.
He visto en unos ojos de niño qué es el hambre
y he visto en unos ojos de madre qué es el miedo.
He visto la vileza del dolor y el espanto.
He visto y tú me has visto maltratado e indefenso.
Mas he aquí que me anuncian la nueva edad del hombre,
y una alegre noticia, y un sencillo evangelio
congrega sin fronteras a todos los que sufren,
articula en palabras el informe quejido,
dispone en batallones las selváticas fuerzas,
conduce a los dolidos, bendice sus demandas,
dignifica el trabajo del grande y del pequeño,
nos rescata del limo, nos despeja el futuro.

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