Esta temporada que está a punto de concluir es la última de contrato de Rubén Baraja con el VCF, y dado que nadie de arriba ha dicho absolutamente nada sobre su continuidad -tiene tela que se le trate así- todos nos olemos, y Baraja el primero, que va a ser su última temporada, y el del próximo fin de semana en Mestalla ante el Tenerife su último partido de blanquinegro.
Diez años ha cumplido el pucelano en Valencia, diez años en los que se ha ganado el corazón del valencianismo. Ha sido un futbolista excepcional, un maestro en el pase de 30 metros y los cambios de juego, un jugador que, le salieran las cosas bien o mal, siempre se ha ofrecido y echado el equipo sobre sus espaldas, un jugador todo carácter y pundonor. Ha sido también un profesional excelente, demostrando en todo momento un compromiso con el equipo por encima de cualquier otro aspecto.
Pero más que nada Baraja ha destacado por ser una persona consecuente como hay pocas, todo un referente ético, una rara avis en este mundillo del fútbol. Él siempre ha antepuesto el interés del club al suyo particular, llegando a reducirse el sueldo cuando llegó la época de vacas flacas, mientras otros compañeros exigían a la mínima el oro y el moro, provocando de ese modo que algunos jugadores que tienen los valores morales algo difusos le cogiesen tirria. Del mismo modo que muchos periodistas y opinadores jamás le han reconocido su tremenda valía por la simple razón que Baraja, al contrario que otros, no les filtraba las interioridades del vestuario.
En un equipo plagado de jugadores sin implicación, denunciantes, vividores, aprovechados, vagos y juerguistas, la figura de Baraja se ha erigido estos años como un tótem moral, una referencia para los jóvenes, representando todo lo que deberían intentar llegar a ser ellos.
Por todo lo que nos has dado, mucha suerte sea cual sea tu futuro y GRACIAS, BARAJA.