miércoles, 22 de mayo de 2013
El tiempo recobrado
¡Terminé! Casi ocho meses de lectura discontinua me ha costado, pero terminé. En esta séptima y última parte de “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust ("Por el camino de Swann", "A la sombra de las muchachas en flor", "El mundo de Guermantes", "Sodoma y Gomorra", "La prisionera", “La fugitiva o Albertine desaparecida”) nos introducimos ya en tiempos de la Gran Guerra, que nuestro protagonista pasa principalmente en sanatorios por su delicado estado. Al volver a París y asistir a una fiesta de la alta sociedad se producen en él dos cambios decisivos: encuentra en su interior la verdadera esencia espaciotemporal, crucial para poder desarrollar su vertiente artística, y se percata de que el inexorable paso del tiempo lo ha transformado ya en una persona mayor.
¿Qué tiene de especial este libro, esta heptalogía? Lo primero que puedo decir es que me parece asombroso que alguien haya sido capaz de escribir una obra de semejante magnitud, máxime cuando, si nos ponemos a analizar la novela nos damos cuenta de que no pasa prácticamente nada relevante. Algún enamoramiento, algun fallecimiento...si empleamos una única expresión, "À La Recherche du temps perdu" no es ni más ni menos que el descubrimiento de la vida por parte de un ser hipersensible. Pero hay más: se trata de un tratado psicológico y sociológico de primer orden -principalmente psicológico- de una densidad abrumadora, cada una de cuyas páginas (¿unas cuatro mil en total?) cunde como el triple, y que trata temas tan diversos como la memoria y el dolor del olvido, el paso del tiempo, el amor, los celos, la homosexualidad, la creación artística y el arte en sí, la amistad y la traición, la muerte,… Y es también una crónica social que disecciona especialmente las clases pudientes en sus fiestas y recepciones.
Su lectura requiere un gran esfuerzo, no tanto por su tamaño como por su estilo, un estilo muy trabajado, sutil, agudo, culto, maduro y repleto de oraciones larguísimas y complejas que exige al lector su plena integración en la obra y a la vez le produce una estimable sensación de belleza literaria.
Habla Proust, a través de su refinado protagonista que es trasunto de sí mismo, sobre la frustración y angustia que le ocasiona su falta de talento para escribir, durante toda la obra y hasta el final, cuando por fin encuentra la inspiración que le va a convertir en un artista. Yo, por mi parte, obligaría a cualquier individuo que albergue la intención de escribir un libro a leer "À la recherche" de cabo a rabo, para que se percate de lo que significa realmente escribir y desista por sí mismo del personal proyecto consistente en emborronar papeles con garabatos.
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