De un tiempo a esta parte me está obsesionando la pintura de Giorgio de Chirico. Aviso a los miles de millones de lectores de este exitoso blog que lo que sigue es pura divagación sin ningún fundamento artístico o científico, simplemente plasmo mis irracionales pensamientos aquí a modo de terapia. Así que recomiendo no seguir leyendo esta entrada que no tiene interés ni sentido para nadie que no sea el propio autor.
Procedo. Siempre me ha intrigado el escaso empleo por parte de los pintores célebres de colores cálidos, mientras en sus obras abundan tonos marrones, azules o verdes; y de entre los cálidos, me ha llamado más la atención el amarillo, tendiendo a interesarme por los artistas que lo han utilizado. Cito tres ejemplo claros: van Gogh, Munch y de Chirico.
En Munch dominan los amarillos pálidos (véase); en van Gogh existe alternancia (véase), debido –es una suposición- a su variable estado de ánimo; en de Chirico predomina netamente el amarillo intenso, brillante (véase).
Llego ya al intríngulis. Van Gogh y Munch son dos pintores cuyos cuadros impactan muy fuerte dentro de mí. Sin embargo, de Chirico no me transmite nada. La obra del italiano es pura asepsia enmarcada. No quiero decir con ello que no me guste, ojo. Me agrada lo que dibuja y las formas y colores empleados, pero me deja totalmente frío. Y NO LO ENTIENDO. ¿Por qué una pintura que reúne todas -¡todas!- las características para infringirme un choque emocional ni siquiera me causa cosquillas? Estoy totalmente descolocado.
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