Al fin ha caído el bueno de Unai –no voy a escribir ya más sobre él-, y a rey muerto, rey puesto. Su sustituto es Pellegrino. Nadie sabe cómo saldrá esta nueva experiencia, pero me conforta que sea alguien de su perfil, sensato, hombre de club y poco dado a estridencias y a echar la culpa al empedrado quien tome las riendas del equipo.
¿Qué equipo? Váyase usted a saber. No se presuponen grandes cambios, más allá de la posible salida de Alba y el cambio de varios mediocentros. Los fichajes realizados son de gente de nivel B, que puede cumplir aceptablemente, y tampoco se esperan más incorporaciones sonadas. Los principios de Pellegrino, con los dos jugadores más dotados para canalizar el fútbol ofensivo –Banega y Canales- lesionados pueden ser duros.
Pero todo eso importa poco, porque lo importante es que las obras del nuevo estadio siguen paralizadas pese a haberse anunciado su reanudación en múltiples ocasiones, y que Llorente sigue haciendo y deshaciendo a su antojo –y cobrando lo suyo-, a pesar de que ahora ya no sabe quiénes son sus jefes, tras todo lo acontecido en Bankia. La incertidumbre es la dueña de la entidad, ahora más que nunca, pues nadie es capaz de adivinar cómo va a afectar el terremoto en el banco a la entidad valencianista. Nada nuevo: esto es el València.
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