viernes, 16 de noviembre de 2012

"Marinero en tierra", Rafael Alberti (I)


Alba de noche oscura

Sobre la luna inmóvil de un espejo,
celebra una redonda cofradía
de verdes pinos, tintos de oro viejo,
la transfiguración del rey del día.

La plata blanda, ayuna de reflejo,
muere ya. Del cristal —lámina fría—
dice la voz del vaho en agonía:
—Doró mi lengua el sol, ¿de qué me quejo?

Las puertas del ocaso, ya cerradas,
tapian de luto el campo. Negros perros,
a lo que nadie sabe, ocultos, gritan.

Decapitando sueños, fatigadas,
sobre el túmulo alto de los cerros
las estrellas del valle se marchitan.

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La sirena del campo

Sonámbula, la sirena.
¡Seguidla por la ladera!

(Bajo la verde lluvia de dos sauces,
sola, una hamaca que columpia el aire.)

Duerme, sirena del valle,
hija de la madreselva.
Tus trenzas de perejil
se te enreden por la yerba.

El esquilón del buey padre
da la hora de la siesta.

Bajo la verde lluvia de dos sauces,
sirena muerta, te columpia el aire.

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Trenes

Tren del día, detenido
frente al cardo de la vía.

-Cantinera, niña mía,
 se me queda el corazón
 en tu vaso de agua fría.

Tren de noche, detenido
 frente al sable azul del río.

-Pescador, barquero mío,
se me queda el corazón
en tu barco negro y frío.

--

Madrigal dramático de ardiente-y-fría

Ardiente-y-fría —clavel
herido del mediodía—,
desnuda, en la sastrería.

El niño, aprendiz de sastre,
¡cómo la deshojaría!

Ardiente-y-fría un corpiño
 de ondas calientes y frías
 quisiera para sus senos
 —algas flotantes del mar
 blanco y quieto del espejo—.

El niño, aprendiz de sastre,
 le ofrece una begonia.

Ardiente-y-fría una falda
 de lunas en agonía
 quisiera para su cuerpo
 —delfín moreno del mar
 verde y quieto del espejo—.

El niño, aprendiz de sastre,
 le ofrece una peonía.

Ardiente-y-fría una cofia
 de luz hirviente y sombría
 quisiera para su sueño.

El niño, aprendiz de sastre,
 le da una manzana, muerto.

 

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