lunes, 24 de mayo de 2010
El dios de las pequeñas cosas
Tras una larga ausencia Rahel vuelve a la casa donde pasó la infancia en India para reencontrarse con su hermano gemelo Estha, de quien fue separado más de dos décadas atrás a raíz de unos trágicos sucesos que destrozaron para siempre la vida de los inocentes niños y de sus seres más queridos, víctimas de la intransigencia ante unas pasiones socialmente prohibidas.
Quienes me conocen saben, y los miles de millones de fervorosos seguidores de este humilde blog habrán podido deducir, que no me apasionan precisamente los bestsellers actuales. Pero ante las buenas críticas leídas he realizado una excepción con esta novela escrita por Arundathi Roy a finales de la centuria pasada.
Debo decir que hay en ella recursos narrativos y estilísticos que no me han gustado -como la abundancia de comparaciones (1), o la continua indicación de que van a suceder unos hechos dramáticos- pero es justo reconocer que es algo que no hay que poner tanto en el debe de la escritora como en el de mis propios prejuicios, ya que esos recursos no son errores inconscientes, sino que están claramente destinados a la consecución de una determinada sensación en el lector, y en esto alcanza un relativo éxito.
Resulta en definitiva una novela esencialmente bella, poética y ligera, de las que no dejan excesivo poso pero no me arrepiento de haber dedicado unos pocos días a su lectura. Su temática es interesante y la estructura impecable.
(1) En este sentido debo decir que me siento más próximo a Azorín cuando en “La voluntad” critica el exceso de comparaciones en la obra de Blasco Ibáñez, escritor a quien me ha recordado muchísimo la obra de Roy, y que no consta entre mis predilectos a pesar de haber leído muchas de sus novelas.
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