XXIX
Estoy llorando, encerrado en la mazmorra de mi nombre. Día
tras día, levanto, sin descanso, este muro a mi alrededor; y a medida que sube
al cielo, se me esconde mi ser verdadero en la sombra oscura.
Este hermoso muro es mi orgullo, y lo enluzco con cal y
arena, no vaya a quedar el más leve resquicio. Y con tanto y tanto cuidado,
pierdo de vista mi verdadero ser.
LXIV
Por la ladera del río desolado, entre las yerbas altas, le
pregunté: "Muchacha, ¿a dónde vas con tu lámpara bajo el manto? Mi casa
está oscura y sola. ¡Préstame tu luz!". Levantó sus ojos un instante, me
miró al rostro en la penumbra, y dijo:
"¡He venido al río a echar mi lámpara en la corriente,
ahora que muere en ocaso la luz del día!". Y entre las altas yerbas me quedé mirando, solitario, cómo la lucecita de la lámpara se iba inútilmente en la marea.
En el silencio de la noche que se echaba encima, le pregunté: "Tus luces están todas encendidas, muchacha. ¿A dónde vas con tu lámpara? Mi casa está oscura y sola. ¡Préstame tu luz!". Levantó sus ojos oscuros a mi cara, y se estuvo dudosa un momento: "He venido -dijo al fin- a ofrecer mi lámpara al cielo". Yo me quedé mirando la lucecita, que temblaba inútilmente en el vacío.
En la negrura sin luna de la medianoche, le pregunté: "Muchacha, ¿qué buscas, si tienes la lámpara junto a tu corazón? Mi casa está oscura y sola. ¡Préstame tu luz!". Se paró un momento, pensándolo, y me miró fijamente en la oscuridad.
"He traído mi luz -dijo- para el Carnaval de las lámparas." Yo me quedé mirando cómo su lucecita se perdía inútilmente entre las luces.
LXXIV
Ha muerto el día, y la sombra anega la tierra. Voy al río,
que ya es la hora, a llenar mi jarra.
El aire oscuro está afanoso con la música triste del agua,
que me está diciendo que vaya, en el crepúsculo. Nadie pasa por el callejón solitario. Se levanta el viento, y las olas tiemblan y se encabritan en el río.
No sé si volveré. No sé con quién me voy a encontrar. En el vado, el hombre desconocido toca, en su barquilla, su laúd.
Rabindranath Tagore.
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