El teniente Émile La Roncière, hijo de un conde, era un joven de vida licenciosa que en 1834 servía a las órdenes del barón de Morell. Éste tenía una hija de 16 años, Marie. Un día el barón echó con cajas destempladas de su residencia a La Roncière, y a partir de ese día empezaron a llegarles cartas difamatorias y amenazantes, firmadas con las iniciales del joven teniente.
La noche del 24 de septiembre Marie despertó a su institutriz, Miss Allen, contándole que La Roncière había entrado en su habitación por la ventana, la agredió y la hirió con un cuchillo en el muslo, antes de escapar como había llegado.
Al día siguiente otro teniente que andaba con galanteos con Marie recibió una carta similar a las que recibía la familia Morell, lo que provocó que se batiera en duelo con La Roncière, venciendo este último. Sin embargo, el vencido y sus amigos amenazaron al joven teniente con explicar todo el asunto a su padre, diciéndole que olvidarían el asunto si firmaba una confesión. Émile cometió el grave error de firmarla.
Pasó el tiempo y como le seguían llegando cartas, cada vez más insultantes, Morell denunció a La Roncière, llegándose a juicio en 1835.
El juicio en cuestión fue uno de los casos más famosos de la época. Por él se interesó la práctica totalidad del mundo intelectual francés, aparte de la plebe que era atraída por el morbo. Las pruebas eran ridículas. Todo el mundo sabía que La Roncière había mantenido relaciones con la madre de Marie, por lo que ésta estaba celosa. Era de dominio público que la niña era extremadamente nerviosa. Ningún centinela ni nadie del interior de la mansión había escuchado nada durante la noche en que presuntamente el teniente entró en la habitación de la adolescente. Estaba claro que el cristal se había roto desde dentro, ya que sólo había pedazos en el jardín; además el agujero realizado no permitía a nadie acceder a través de él gasta el pestillo de la ventana. La joven y la institutriz tras el suceso, en vez de avisar a los padres, como hubiera sido normal, se volvieron a la cama sin decir nada, y la herida del muslo sólo fue examinada meses después, cuando sólo se podía percibir una pequeña cicatriz. Y por último, se seguían recibiendo cartas aun cuando La Roncière estaba preso y no tenía a su alcance la posibilidad de escribirlas; cartas que, aunque tenían la letra característica de Émile, no contenían los defectos ortográficos y gramaticales que en él eran habituales. Y hubiera sido estúpido firmar con sus iniciales si realmente las escribía él.
A pesar de todo esto, y en contra de la opinión de George Sand, Victor Hugo y Balzac, fue condenado a diez años. Condena que hubiera sido demasiado débil de ser culpable, pero que fue demasiado dura a tenor de las pruebas expuestas.
La Roncière cumplió su condena, pero años después su honor fue rehabilitado y se le eximió de toda responsabilidad, demostrándose el histerismo de Marie Morell. Retomó su carrera militar y llegó a ser gobernador militar de Tahití.
Sin embargo, salió a la luz pública mucho después la auténtica verdad. La Roncière sí entró aquella fatídica noche en la habitación de Marie, pero no fue a través de la ventana. Primero sedujo a Miss Allen, y a través de sus aposentos llegó al lecho de la virginal joven. Su propósito no era de índole sexual: él había presumido ante algunos compañeros de haber estado ya en esa situación anteriormente, y por una apuesta decidió llevarse un mechón de pelo de Marie como prueba. Pelo no precisamente de la cabeza, y de ahí el corte en el muslo, que fue infringido por unas tijeras durante el forcejeo. Posteriormente la niña y su institutriz pergeñaron la absurda historia de la entrada por la ventana. No es de extrañar, pues, que Marie sintiera tan visceral resquemor ante el teniente, ya que él sólo la quería como trofeo.
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