Douglas Sirk se reencarna en Todd Haynes para rendir un magnífico homenaje a “Sólo el cielo lo sabe”. Porque no puede ser casual la similitud de los títulos, ni que el personaje interpretado por Dennis Haysbert sea un jardinero, ni el mimetismo de algunos planos. Todo en este melodrama tiene el perfume clásico de las obras que se rodaban en los años cincuenta, desde los títulos de crédito hasta el estilo del director, pasando por el tratamiento de los colores, la magnífica música del siempre genial Elmer Bernstein, la iluminación y la fotografía.
En esta película lo que provoca el rechazo social en la relación entre la protagonista y el jardinero no es la diferencia de edad ni de clase, sino la raza. Además, esta relación no se formaliza porque se incopora un personaje más: el marido. Sí, la protagonista está casada y además descubre que su marido es homosexual, un hecho que Sirk no hubiera podido incorporar jamás en su época. Y para completar, tanto ella como el jardinero tienen hijos que sufren las consecuencias de la intransigencia del pueblo. Pero estos hijos, al contrario que en “Sólo el cielo lo sabe” son aún niños y no constituirán una parte decisiva en el desarrollo de la trama.
Explico el argumento de forma más clara y lineal: en los años cincuenta, en una ciudad estadounidense tradicional, los Whitaker (Julianne Moore y Dennis Quaid) son el matrimonio perfecto...hasta que ella descubre que su marido tiene tendencias homosexuales. Él tiene un gran sentimiento de culpabilidad y le promete rehabilitarse, mientras intentan guardar las apariencias de cara a la gente. Además Julianne Moore se siente atraída por su apuesto jardinero negro (Haysbert), provocando una fuerte rumorología en la ciudad cuyas consecuencias sufrirán todos, y que acabará en un magnífico final.
Por buscarle algún pero, la problemática del personaje de Dennis Quaid adquiere en muchos momentos de la película un carácter marginal, cuando debiera ser más importante durante todo el metraje. Aunque bueno, este hecho posibilita el enorme despliegue interpretativo de la divina Julianne Moore.
Sobre Julianne Moore (que por cierto durante el rodaje estaba embarazada) no sé qué decir. He estado pensando adjetivos que puedan describir su excelsa interpretación, pero no hay ninguno en todo el diccionario que le haga justicia. La palabra “perfecta” se queda ridículamente corta. Al terminar de ver la película sentí un impulso que me invitaba a coger un avión a los Estados Unidos, plantarme en su casa, besarle los pies y darle las gracias. Y gracias también a quien sea que le ofreció este papel. Porque en un ataque de maldad no he podido evitar pensar lo desastrosa que hubiera sido esta película si la protagonista hubiera sido Julia Roberts, Scarlett Johanson, Drew Barrymore...¡Horreur!
En esta película lo que provoca el rechazo social en la relación entre la protagonista y el jardinero no es la diferencia de edad ni de clase, sino la raza. Además, esta relación no se formaliza porque se incopora un personaje más: el marido. Sí, la protagonista está casada y además descubre que su marido es homosexual, un hecho que Sirk no hubiera podido incorporar jamás en su época. Y para completar, tanto ella como el jardinero tienen hijos que sufren las consecuencias de la intransigencia del pueblo. Pero estos hijos, al contrario que en “Sólo el cielo lo sabe” son aún niños y no constituirán una parte decisiva en el desarrollo de la trama.
Explico el argumento de forma más clara y lineal: en los años cincuenta, en una ciudad estadounidense tradicional, los Whitaker (Julianne Moore y Dennis Quaid) son el matrimonio perfecto...hasta que ella descubre que su marido tiene tendencias homosexuales. Él tiene un gran sentimiento de culpabilidad y le promete rehabilitarse, mientras intentan guardar las apariencias de cara a la gente. Además Julianne Moore se siente atraída por su apuesto jardinero negro (Haysbert), provocando una fuerte rumorología en la ciudad cuyas consecuencias sufrirán todos, y que acabará en un magnífico final.
Por buscarle algún pero, la problemática del personaje de Dennis Quaid adquiere en muchos momentos de la película un carácter marginal, cuando debiera ser más importante durante todo el metraje. Aunque bueno, este hecho posibilita el enorme despliegue interpretativo de la divina Julianne Moore.
Sobre Julianne Moore (que por cierto durante el rodaje estaba embarazada) no sé qué decir. He estado pensando adjetivos que puedan describir su excelsa interpretación, pero no hay ninguno en todo el diccionario que le haga justicia. La palabra “perfecta” se queda ridículamente corta. Al terminar de ver la película sentí un impulso que me invitaba a coger un avión a los Estados Unidos, plantarme en su casa, besarle los pies y darle las gracias. Y gracias también a quien sea que le ofreció este papel. Porque en un ataque de maldad no he podido evitar pensar lo desastrosa que hubiera sido esta película si la protagonista hubiera sido Julia Roberts, Scarlett Johanson, Drew Barrymore...¡Horreur!
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